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En etapas de austeridad, las personas suelen cambiar, redirigiendo sus proyectos de vida con la esperanza de que esto, sea solo una etapa, pudiendo retomar sus viejos hábitos para poder expandir su imaginación al infinito y más allá.

Y sin embargo, no hay marcha atrás, la realización de estas decisiones dejan marcas que nos hacen inercalar nuestras ideas y nuestro mundo simbólico, aunque esto agrede más que a otras personas, a nosotros mismo. Estos días la ciudad del pecado es un estado de sitio, donde nos vemos limitados a no traspasar los límites que lo Federal nos marca. Y aunque en ocasiones nos sentimos así en lo personal, limitados, porque uno simplemente cree perder el rumbo y tal vez sea así, suele aceptar la vida como premio de consolación y sus enceres que la hacen menos aburrida.

Esto implica un reajuste de planes, de aceptación por tus fallas y un empeño mayor para las próximas oportunidades. Y aunque se supone que no se debe vivir así, y a nuestra edad ya no se vive por momentos y trata uno de observar en su totalidad las expresiones humanas impresas, simplemente hay que parar, para no hacer más daño interno y lamer las heridas que día a día aparentan desaparecer, pero que al menor movimiento te recuerdan que están ahí.

En esta ocasión la Universidad no me reclutó en sus acediadas filas, pero eso no implica un desánimo perenne y es por eso que me pregunto: Si en ocasiones vemos hacía el pasado para analizar los errores, y siempre cuestionarnos; ¿Por qué en los momentos que debemos visualizar el futuro, no podemos?

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